Una Navidad diferente

La Navidad es el símbolo del nacimiento y la renovación. Coincide con el solsticio de invierno, cuando la posición del sol está más alejada de la tierra en el hemisferio norte y este fenómeno se toma como punto de inicio de una nueva vuelta de la Tierra alrededor del Sol.

Se aproximó la fecha del nacimiento de Jesús a esta situación simbólica tomada como inicio de un nuevo ciclo de la vida, quedando unido el símbolo del nacimiento de la esperanza al ciclo del renacimiento de la vida.

Me referiré aquí al significado simbólico sin tener en cuenta la religión, en lo profundo el significado es el mismo, nacimiento y esperanza.

Todas las culturas desde tiempos muy lejanos han celebrado esta época del año y le han dado el significado de renovación, cambio y renacimiento.

No es extraño que sea época de propósitos y proyectos nuevos, deshacernos de hábitos gastados o perjudiciales e incorporar mejoras en nosotros, tanto interiormente, como a nuestro alrededor.

En Navidad celebramos simbólicamente el nacimiento de una nueva esperanza, una oportunidad para mejorar. Por eso invita a la alegría y los buenos propósitos, ya que vamos a renovarnos y creemos que también todo alrededor cambiará.

Es una época que podría ser de reflexión personal de nuestra situación vital aprovechando la simbología de inicio de un nuevo ciclo alrededor del Sol y del nacimiento de la vida y el nacimiento de Jesús, la esperanza de una vida mejor y es al mismo tiempo la celebración colectiva de los dos acontecimientos.

Se nos invita a la alegría pues se supone que todo va a cambiar a mejor. Atrás quedarán los males que hemos sufrido y se abre un futuro lleno de oportunidades. Por desgracia este significado ha sido enterrado por la cultura del consumo y la alegría se fomenta con el único objetivo de consumir más y más. Sabemos por la Psicología que si estamos alegres tenemos un mayor impulso a comprar y regalar.

Hemos olvidado, o mejor, nunca hemos aprendido, que nuestra renovación y cambio viene de un proceso de reflexión interior, de valoración de lo que necesitamos, sentir que está mal y que va bien en nuestra vida y a partir de aquí conectar con lo que valoramos para nosotros.

Lo que valoramos es aquello que guía nuestro camino, es único para cada uno y es difícil distinguirlo de lo que se valora socialmente o de lo que se espera de nosotros. Es necesario escucharnos y hablarnos con calma y paciencia para conectar con lo que realmente necesitamos en lo más profundo de nosotros. Por eso la Navidad también es recogimiento y reflexión.

Por un lado, es alegría ante el nacimiento de un nuevo mundo, lo que nos da esperanza, y por otro lado es recogimiento, introspección y conexión con nosotros mismos.

Todo está tergiversado en la cultura del consumo, pues el fin principal se ha convertido en aumentar hasta el infinito las ventas. Se impone la alegría porque sí y se olvida el significado auténtico de esta época. Es por esto, aunque a veces no parecemos ser conscientes de ello, por lo que esta falsa alegría y compras desatadas irrita e incluso asquea a cada vez más personas.

Con la situación que vivimos por la pandemia del virus que arrasa con nuestras sociedades y nuestra forma de relacionarnos, la Navidad se nos presenta diferente, extraña, patas arriba respecto a lo que sería normal.

Ya hemos cambiado en gran parte nuestra manera de vivir, de relacionarnos, el trabajo, el ocio, todo, tanto por responsabilidad individual como por imposición externa. Muchas personas están sufriendo traumas, miedo, depresión, los profesionales directamente implicados en la lucha contra el virus o con sus consecuencias, los trabajadores de cualquier sector que ven alteradas sus condiciones, la pérdida del trabajo, la pérdida de personas cercanas y queridas, la pérdida de relaciones que se creían estables.

Y llega la Navidad, pero no es como antes, está llena de prohibiciones y limitaciones, unas externas e impuestas por ley, otras internas impuestas por el miedo y la prudencia.

Hay limitaciones, lugares donde antes hacíamos celebraciones están cerrados, otros con horarios de cierre absurdos, aforos reducidos, reuniones familiares y con amigos reguladas en hora y número de asistentes. Hay miedo a contagiar y ser contagiado, a enfermar e incluso morir.

Padres, hijos, abuelos, amigos, parejas, separados por prohibición o miedo. También hay pocas ganas de celebrar, ya que estamos tocados por el miedo, por la situación sanitaria y económica.

Habrá angustia y depresión añadidas a las que ya están instaladas.

Es como siempre decisión de cada uno si aprovecha lo que tiene, lo que hay al alcance, y se propone pasar unas celebraciones agradables o si decide no hacerlo por lo que falta y echa de menos.

Otras personas tocadas directamente por la desgracia o porque han estado cercanos a ella es lógico que no estén para fiestas y vivan las celebraciones de los demás con un malestar intenso, tristeza, miedo, enfado, es posible que sean estos días más visibles que antes.

Independientemente de lo que cada uno elija o esté dispuesto a permitirse o simplemente que pueda, tal vez no tenemos en cuenta uno de los dos sentidos de esta época, el renacimiento, el inicio de un nuevo ciclo.

La reflexión de donde estoy y donde deseo estar en un nuevo ciclo, el símbolo de una nueva oportunidad. Es cierto que lo podemos hacer en cualquier momento, especialmente en situaciones vitales complicadas o impactantes, y ¿qué hay más impactante que lo que estamos viviendo? La Navidad es la época para individualmente replantearse la vida, aunque parece que hemos perdido este sentido y solo existe el celebrar colectivamente el cambio de ciclo haciendo una fiesta.

Podemos celebrar colectivamente en la medida que podamos, si es que tenemos algo que celebrar, pero siempre tenemos la opción de recuperar el sentido íntimo y valioso de nuestra propia renovación.

Es lógico que haya malestar en muchas personas estos días, tienen motivos. Si te pasa, no te castigues por ello. Acepta lo que sientes, intenta ponerle nombre, tristeza, miedo, enfado, cansancio emocional, incluso asco. Reflexiona si es adecuado a lo que has vivido y estás viviendo, o es demasiado intenso, duradero o no encaja y deja que pase. Expresa con los cercanos a ti lo que sientes y no te preocupes por estar mal cuando se supone que hay que estar bien por obligación. Cuídate y pasará.

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